Lectura Jeremías: 36: 1-32.
Por Vladimir Orellana Cárcamo
Fecha: Domingo 15 de febrero de 2009.
No cabe duda, los profetas bíblicos fueron hombres comprometidos con las palabras. Esta clase de personajes recibieron el llamado directamente de Dios. Experimentaron el privilegio –no concedido a cualquier mortal— de escuchar en lo privado y de forma audible la voz solemne del Creador. “Vino a mí palabra de Jehová…” es la expresión común empleada por la mayoría de estos portavoces del Altísimo.
A muchos profetas les tocó soportar el rechazo de sus contemporáneos, y peor aun, algunos gobernantes que practicaban la maldad trataron de ahogar las voces de aquellos que pregonaban el mensaje divino del arrepentimiento. El pasaje bíblico que sustenta la presente reflexión, narra la manera en que Jeremías recibió de parte del Todopoderoso, el mandato de escribir en un “rollo en blanco”, los castigos que mandaría Jehová sobre Jerusalén, si sus habitantes no se apartan de los malos caminos.
Jeremías dicta a Baruc, su secretario, las palabras que recibió del Omnipotente en contra de Jerusalén. El pueblo oyó la advertencia divina: si no abandona su impío proceder, los babilonios invadirán su territorio para sembrar muerte, destrucción y opresión. Hasta los funcionarios del rey Joacim, llegó la noticia del mensaje recibido por Jeremías, el cual fue transmitido por su secretario en el templo. Los siervos del monarca mandan a llamar a Baruc, para que les lea a ellos el anuncio profético de Jeremías.
Una vez Baruc, ante los funcionarios del rey, da lectura a las palabras que conforman el libro. Su contenido los estremece, los espanta al saber que la seguridad nacional del reinado está en peligro. Creen que dicho mensaje debe ser escuchado también por su rey. Le piden el rollo a Baruc, para leérselo al gobernante. Sin embargo, Joacim, se incomoda e irrita ante la revelación profética. Quema el rollo y manda a capturar a los dos “autores” –según él— de tan perturbador escrito. Pero Dios protege la vida de sus siervos de tal manera que no van a parar a la cárcel.
A los pocos días, el profeta oye nuevamente la voz de Jehová, instándolo a volver a escribir “las palabras primeras” y de esa forma proseguir su ministerio de anunciar el arrepentimiento y la salvación entre sus conciudadanos. Y como es obvio, el profeta volvió a escribir el manifiesto divino. Es más, en esta ocasión, Jehová le hace saber a Joacim, que por haber quemado el rollo conteniendo un mensaje de advertencia, no permitirá que ninguno de sus descendientes “se siente sobre el trono de David”.
Jeremías nos brinda un ejemplo luminoso de obediencia y perseverancia en “el oficio”, en el ministerio de proclamar la palabra redentora. Quizás, estimado hermano, percibes que tu mensaje en la iglesia, en el seno de los grupos de crecimiento, o en el evangelismo interpersonal, es consumido por las llamas de la incomprensión y la indiferencia. Si esa es tu percepción, déjame decirte, no desmayes en cumplir el mandato divino. Continua transmitiendo el mensaje que Dios haya depositado en tu mente y en tu corazón para que lo compartas en el lugar en el cual el Señor te ha puesto.
Que la palabra de la “buena nueva” nos inquiete, nos desafíe, nos comprometa con la causa de Cristo en las horas del conformismo, para proseguir comunicando los valores eternos del reino de Dios que tanta falta hacen en este mundo lleno de engaño y corrupción. A provecho este espacio parta decir, que en este mes de febrero este boletín cumplirá ocho años de dar a conocer a través de la página escrita, lo que Dios nos ha transmitido en nuestro diario caminar con Él. ¡Al Dios de la palabra sea la gloria por siempre!
Por Vladimir Orellana Cárcamo
Fecha: Domingo 15 de febrero de 2009.
No cabe duda, los profetas bíblicos fueron hombres comprometidos con las palabras. Esta clase de personajes recibieron el llamado directamente de Dios. Experimentaron el privilegio –no concedido a cualquier mortal— de escuchar en lo privado y de forma audible la voz solemne del Creador. “Vino a mí palabra de Jehová…” es la expresión común empleada por la mayoría de estos portavoces del Altísimo.
A muchos profetas les tocó soportar el rechazo de sus contemporáneos, y peor aun, algunos gobernantes que practicaban la maldad trataron de ahogar las voces de aquellos que pregonaban el mensaje divino del arrepentimiento. El pasaje bíblico que sustenta la presente reflexión, narra la manera en que Jeremías recibió de parte del Todopoderoso, el mandato de escribir en un “rollo en blanco”, los castigos que mandaría Jehová sobre Jerusalén, si sus habitantes no se apartan de los malos caminos.
Jeremías dicta a Baruc, su secretario, las palabras que recibió del Omnipotente en contra de Jerusalén. El pueblo oyó la advertencia divina: si no abandona su impío proceder, los babilonios invadirán su territorio para sembrar muerte, destrucción y opresión. Hasta los funcionarios del rey Joacim, llegó la noticia del mensaje recibido por Jeremías, el cual fue transmitido por su secretario en el templo. Los siervos del monarca mandan a llamar a Baruc, para que les lea a ellos el anuncio profético de Jeremías.
Una vez Baruc, ante los funcionarios del rey, da lectura a las palabras que conforman el libro. Su contenido los estremece, los espanta al saber que la seguridad nacional del reinado está en peligro. Creen que dicho mensaje debe ser escuchado también por su rey. Le piden el rollo a Baruc, para leérselo al gobernante. Sin embargo, Joacim, se incomoda e irrita ante la revelación profética. Quema el rollo y manda a capturar a los dos “autores” –según él— de tan perturbador escrito. Pero Dios protege la vida de sus siervos de tal manera que no van a parar a la cárcel.
A los pocos días, el profeta oye nuevamente la voz de Jehová, instándolo a volver a escribir “las palabras primeras” y de esa forma proseguir su ministerio de anunciar el arrepentimiento y la salvación entre sus conciudadanos. Y como es obvio, el profeta volvió a escribir el manifiesto divino. Es más, en esta ocasión, Jehová le hace saber a Joacim, que por haber quemado el rollo conteniendo un mensaje de advertencia, no permitirá que ninguno de sus descendientes “se siente sobre el trono de David”.
Jeremías nos brinda un ejemplo luminoso de obediencia y perseverancia en “el oficio”, en el ministerio de proclamar la palabra redentora. Quizás, estimado hermano, percibes que tu mensaje en la iglesia, en el seno de los grupos de crecimiento, o en el evangelismo interpersonal, es consumido por las llamas de la incomprensión y la indiferencia. Si esa es tu percepción, déjame decirte, no desmayes en cumplir el mandato divino. Continua transmitiendo el mensaje que Dios haya depositado en tu mente y en tu corazón para que lo compartas en el lugar en el cual el Señor te ha puesto.
Que la palabra de la “buena nueva” nos inquiete, nos desafíe, nos comprometa con la causa de Cristo en las horas del conformismo, para proseguir comunicando los valores eternos del reino de Dios que tanta falta hacen en este mundo lleno de engaño y corrupción. A provecho este espacio parta decir, que en este mes de febrero este boletín cumplirá ocho años de dar a conocer a través de la página escrita, lo que Dios nos ha transmitido en nuestro diario caminar con Él. ¡Al Dios de la palabra sea la gloria por siempre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario